La fatal arrogancia del siglo XXI

This column will change your life: confidenceÉrase una vez -porque así empiezan todos los cuentos- hace ya algún tiempo, valientes hombres y mujeres que predicaban en empresas, escuelas de negocio y foros profesionales al respecto de lo que se hizo llamar «La Guerra del Talento». Detectarlo, comprometerlo, atraerlo, medirlo, potenciarlo y finalmente usarlo adecuadamente se convertiría en una prioridad estratégica para muchas organizaciones en ese legítimo ánimo de encontrar el codiciado éxito. Cuentan los más viejos del lugar, el cómo a muchos de esos paladines del talento se los llevó por delante la incertidumbre y la complejidad de los mercados  y esa natural voracidad que le caracterizaba. Los más audaces, lejos de darse por vencidos, perduraron en su propósito y a pesar de la falta de esperanza generalizada, a pesar de las muchas adversidades, siguieron predicando sobre esa particular guerra: «La Guerra del Talento «... acertado aforismo si tenemos en cuenta que desde que la misma comenzó sólo nos ha traído más pobreza y diferencias de las que ya teníamos en todo el mundo. Finalmente, la sencillez, la humildad, la colaboración, la disposición a aprender, a re-aprender, la capacidad de compartir conocimiento y experiencia entre generaciones, la transparencia más allá de la verdad,  parecen ser -de nuevo- los caminos para que unos y otros, todos, olvidemos la dichosa guerra y podamos encontrar un modo de vida digno.

Defenderás con el mismo ahínco la blanca doble o la doble cinco.

Cualquier buen aficionado al juego del dominó conoce que el significado de esta frase hace referencia a la disposición del jugador a cambiar su estrategia de juego en vista del escenario que adquiera la partida en la medida que la misma se va desarrollando -incluso si fuera necesario-  a cambiar sus dogmas y creencias más profundas al respecto de la estrategia de juego con la finalidad de sobrevivir en la misma con alguna oportunidad de éxito. Esa capacidad de adaptación del buen jugador de dominó es sin duda un activo importante en cualquier tiempo, más en los momentos actuales en los que desde todos los foros se reclama cambio, flexibilidad, innovación y adaptación.

En esta búsqueda del talento perdido, como si de una receta milagrosa para adelgazar se tratase, muchos de esos apóstoles del talentismo aconsejaban y recomendaban al respecto de cómo conseguir parecernos lo antes posible a esas otras personas que parecía guardar su talento única y exclusivamente para el éxito, los 7 hábitos de…, las 5 cosas que…, 10 formas para …, -ya me entienden-, nos mostraban cómo tratar de adquirir sus hábitos, cómo incorporar sus creencias, cómo entrenar sus excelencias…bienintencionadas fórmulas para gente fácil en tiempos difíciles.  Todo ello me lleva a pensar que en las últimas décadas ha llegado a prevalecer una idea sobre todas las demás, una idea al respecto de que la clave del éxito en el amor, en los negocios, en la vida, estaba en una gran parte en tener una elevada autoestima, quererte a ti mismo y creer en ti por encima de todo y por encima de todos… esa es la fatal arrogancia a la que me refiero en este artículo.

_64903574_us_students_narcissism_464

Ni que decir tiene que aquellos que nos educamos en una cultura más solidaria, menos arrogante, donde se te enseñaba a compartir antes que a adquirir, hemos estado fuera de lugar, era una cultura que animaba a la modestia y a la humildad, al esfuerzo personal que siempre alcanzaba recompensa.

Ahora, algunos estudios confirman el incremento de jóvenes que se describen a sí mismos por encima de la media en todo tipo de habilidades y confianzas. Lo más curioso del caso es que mientras ellos creen estar mejorando en dichas habilidades,  escritura, matemáticas, lectura, oratoria..etc., los datos que arrojan dichos informes confirman lo contrario.

Estas encuestas señalan también que determinadas actitudes o rasgos menos individualistas como puede ser la cooperación o  la solidaridad se encuentran en receso, al igual que aquellas otras actividades más vocacionales, espirituales o simplemente fraternales, como atender a nuestros enfermos o nuestros mayores. El crecimiento de una cultura de «celebrity» acompañada por la potencialidad de las redes sociales y la facilidad de acceso al crédito que se ha tenido hasta hace unos años ha contribuido en convertir a ojos de millones de personas, a un escaso número de personas como más exitosas de lo que realmente eran. Ha contribuido a construir un mundo donde no era tan importante «el ser» sino «el parecer», donde lo que se premiaba era el «qué» frente al «cómo».

Un estudio del año 2006 de la Universidad del Estado de Florida dirigido por J.Reynolds encontraba que la mayoría de sus estudiantes eran tremendamente ambiciosos pero también tremendamente ingenuos e irreales en sus expectativas de futuro, de alguna forma el mensaje de: «…si crees en ti, puedes conseguir lo que te propongas»  había creado una  especie de «ambición inflacionista» que ahora, tiempos como los que vivimos, colocaban en su justa medida.

Mi reflexión al respecto, sobre si es tan adecuado como pensábamos incentivar esa idea de que «somos mejores de lo que en realidad somos», ayuda en algo a superar dificultades,-no sé qué piensan ustedes-. La idea hasta ahora era que el desarrollo y mantenimiento de las civilizaciones dependía en gran medida de un extenso orden espontáneo de cooperación, en el cual, el individuo, aceptando unas determinadas normas abstractas de conducta y relación con los demás desarrollaba su talento y sus capacidades persiguiendo fines particulares. Y eso ha funcionado hasta ahora. Pero seguirá siendo válido en el  futuro.

El talento es sin duda uno de los ingredientes del cóctel del éxito en la vida en general y en el mercado laboral en particular, pero no el único y me temo que, en lo que al ámbito laboral se refiere, tampoco el más solícito en estos momentos, a pesar de los bienintencionados talentistas. El talento de unos no puede dejar fuera al de otros porque de ser esto así no sólo no habremos avanzado nada en la confección de un mundo mejor para todos sino que lo único que habremos conseguido es cambiar la semántica y el lenguaje de nuestras ancestrales diferencias y separaciones.

Como buenos jugadores de dominó los buenos empresarios se adaptan a las circunstancias de la partida, evolucionan con la misma y – no nos engañemos-, en este momento, el talento sólo es bien recibido si va acompañado de determinados costes de oportunidad, más tangibles, más medibles, menos abstractos. Muchos jóvenes en su primera aproximación al mundo laboral, empiezan a descubrir que el sueño no era tan sencillo de conseguir  y que el torrente de la vida no está sujeto a estereotipos y conformidades dominantes y eso crea una desafección y una falta de compromiso difícil de recuperar y si me apuran una circunstancia fácil entender aunque me resista a compartir.