Hasta entonces, su trabajo le exigió un alto grado de discreción, cordialidad y reflexión, cualidades que había tratado de cultivar con profesionalidad durante años y que ahora le ayudaban a no expresar públicamente su parecer ante todo aquello que sus colegas de «gestión del capital humano» le contaron al respecto de su nueva oportunidad laboral, – cómo tratar de volver a poner el corcho en una botella de cava, ¡ no entra! -, la oí decir alguna vez.
El primer sofoco de Marta fue al conocer a quien sería su nuevo jefe, -se llama Liberto , pero prefiere que le llamemos Berto -. Tiene 28 años y para Marta, acostumbrada a otro tipo de ejecutivo, reconocía que lo primero que se le pasa por la cabeza cada vez que le veía era darle un Euro y preguntarle si había comido bien, – cosas de madre- , me explicó. El caso es que Berto, él solo, montó de la nada y vendió en unos cuantos millones de euros el «chiriguinto» que ahora dirige y que como Marta dice a menudo , – le da de comer a ella y a otras 150 personas. – ¡Un nuevo emprendedor de esos frikis! – , apunta el marido de Marta, con aire despreocupado, – ¡Un cerebrito, un talento escaso! – sentencia Marta.
Marta está descubriendo nuevas formas de organización en el trabajo, -es una deriva individualista donde prima el culto al éxito, todos compiten contra todos-, comenta sin ocultar un cierto disgusto. El caso es que las circunstancias le han descubierto que lo más valioso que tenía no era su brillante puesto, ni la estupenda relación con su jefe, ni siquiera el formidable sueldo que llevaba a casa, era ella misma… su coraje, sus agallas, su fuerza de voluntad y su compromiso para hacer lo que había decidido hacer aunque le costase tanto como aguantar a aquella «banda» como ella misma los llamaba. Marta estaba decidida a cambiar lo único que ella controlaba, su percepción sobre la realidad.
-Luego está el resto-, contaba ,- ¡qué cuadro!, tenías que verlos, con esos pelos y esas barbas todos desaliñados, más parecen salidos de hacer de extras en La Vida de Bryan que ser la nueva piedra angular de la sociedad, y qué me dices de ellas, todas tan monas y coquetas en el vestir y tan estiradas en el trato, como que te hacen un favor cuando te hablan. – No me quejo, seguro que yo a unos y a otras les debo parecer una momia-.
Marta, hace tiempo que aprendió que sólo en las cosas que ponemos atención podemos poner emoción y energía, la emoción necesaria para disfrutar de aquello que realmente nos importa y la energía para despejar el camino de todo lo que lo incómoda. Esa es la actitud que nos determina a llevar las riendas de nuestra propia vida y no dejarlas en manos de nadie más.
Ello sin duda fue lo que la animó un día, de repente, a pedirme que le acompañara a Berskha para comprar todo lo que encontraba de la talla XXL y encerrarse después varios fines arreglando el montón de ropa con la Singer. Un lunes apareció en la oficina – dejando a todo el personal muerto- , según ella contaba, con la sonrisa de quien se sabe ganador en alguna batalla. – Les falta mucha perspectiva, camino que andar, no dicen que la especie más fuerte es la que mejor responde al cambio- , terminaba diciendo con una amplia sonrisa.
Parece que ya no le llaman de usted, Marta dice que ha encontrado el estado de ánimo adecuado para conectar con ellos, – lo del Iphone al cuello, les neutraliza-, asegura, – bueno eso y los tres Red Bull que me tengo que tomar junto a la máquina de vending a lo largo del día. –
Su mente y su cuerpo están en sintonía, ambos quieren lo mismo, la felicidad de Marta, no ha jugado a ser otra persona, sigue siendo ella. Ha encontrado una forma sencilla de desbloquear todo aquello que le hubiera impedido conseguir ver con claridad, ha conseguido mantener el ánimo, ha conseguido centrarse en lo que quiere y no en lo que teme.
El caso es que Marta me contó que las últimas navidades los compañeros de trabajo la invitaron a un local de esos que llaman de culto, el Plastik o algo así. Su madre, como siempre hizo, le aconsejó que una noche tan especial lo suyo era ponerse el visón ,- pobre mamá, su reino ya no es de este mundo- sonríe con afecto Marta. Acabaron en un piano-karaoke,- de esos que llevan abiertos mil años y ahí me tienes a mí, micrófono en mano destrozando el «Another Brick in The Wall» de Pink Floyd-, ¿ te lo puedes creer?- , y vuelve a sonreír .
Marta ha tomado el control . ¡ Enhorabuena Marta, te felicito !