Reinventarse es cosa seria

 Marta,  acaba de cumplir 50 años, llevaba más de 25 trabajando como secretaria de  alta dirección en un  importante  medio de comunicación , – lo mejor de la vida- como dice ella. La dinámica económica global y las nuevas tendencias animaron  a los directivos de la empresa a deshacerse de algunas líneas de negocio de las llamadas ahora tradicionales y adquirir una red social y distintos medios online. De repente, de un día para otro trasladaron a Marta a la nueva empresa. – Reinvertarte o incluirte en el ERE, – le comentó un joven desaliñado desde la oficina corporativa de gestión del capital humano, – Recursos Humanos- , me explica Marta, al ver mi cara de extrañeza.
Marta, es de esas personas que no se rinde fácilmente, se educó, como tantos otros de su generación, en el esfuerzo, el trabajo y el servicio como valores que la asegurarían un  porvenir mejor, – al menos eso creían sus padres-, la vida le enseñó a no darse por vencida, a responder ante los cambios, a no temer el futuro. Ese espíritu fue sin duda el que la animó a sentirse capaz de afrontar el reto y decidida contestó , – reinvención, reinvención , ejem… por supuesto – . ¿ Pueden imaginar la escena ?, -¡qué corte!-, dice Marta.

Hasta entonces, su trabajo le exigió  un alto grado de discreción, cordialidad y reflexión, cualidades que había tratado de cultivar con profesionalidad durante años y que ahora le ayudaban a no expresar públicamente  su parecer ante  todo aquello que sus colegas de «gestión del capital humano» le contaron al respecto de su nueva oportunidad laboral,  – cómo tratar de volver a poner el corcho en una botella de cava, ¡ no entra! -, la oí decir alguna vez.

El primer sofoco de Marta fue al conocer a quien sería su nuevo jefe, -se llama Liberto , pero prefiere que le llamemos  Berto -. Tiene 28 años y para Marta, acostumbrada a otro tipo de ejecutivo, reconocía que  lo primero que se le pasa por la cabeza cada vez que le veía era darle un Euro y preguntarle si había comido bien, – cosas de madre- , me explicó. El caso es que Berto, él solo, montó de la nada y vendió en unos cuantos millones de euros el «chiriguinto» que ahora dirige y que como Marta dice a menudo , – le da de comer a ella y a otras 150 personas. – ¡Un nuevo emprendedor de esos frikis! – , apunta el marido de Marta, con aire despreocupado, – ¡Un cerebrito, un talento escaso! – sentencia Marta.

Marta está descubriendo nuevas formas de organización en el trabajo, -es una deriva individualista donde prima el culto al éxito, todos compiten contra todos-, comenta sin ocultar un cierto disgusto. El caso es que las circunstancias le han descubierto que lo más valioso que tenía no era su brillante puesto, ni la estupenda relación con su jefe, ni siquiera el formidable sueldo que llevaba a casa, era ella misma… su  coraje, sus agallas, su fuerza de voluntad y su compromiso  para hacer lo que había decidido hacer aunque le costase tanto como aguantar a aquella «banda» como ella misma los llamaba. Marta estaba decidida a cambiar lo único que ella controlaba, su percepción sobre la realidad.

-Luego está el resto-, contaba ,- ¡qué cuadro!, tenías que verlos, con esos pelos y esas barbas todos desaliñados, más parecen salidos de hacer de extras en La Vida de Bryan que ser la nueva piedra angular de la sociedad, y qué me dices de ellas,  todas tan monas y coquetas en el vestir y tan estiradas en el trato, como que te hacen un favor cuando te hablan. – No me quejo, seguro que yo  a unos y a  otras les debo parecer una momia-.

Marta, hace tiempo que aprendió que sólo en las cosas que ponemos atención podemos poner emoción y energía, la emoción necesaria para disfrutar de aquello que realmente nos importa y la energía para despejar el camino de todo lo que lo incómoda. Esa es la actitud que nos determina a llevar las riendas de nuestra propia vida y no dejarlas en manos de nadie más.

Ello sin duda fue lo que la animó un día, de repente, a pedirme que le acompañara a Berskha para comprar todo lo que encontraba de la talla XXL y encerrarse después varios fines arreglando el montón de ropa con la Singer.  Un lunes apareció en la oficina  – dejando a todo el personal muerto- , según ella contaba, con la sonrisa de quien se sabe ganador en alguna batalla. – Les falta mucha perspectiva, camino que andar, no dicen que la especie más fuerte es la que mejor responde al cambio- , terminaba diciendo con una amplia sonrisa.

Parece que ya no le llaman de usted, Marta dice que ha encontrado el estado de ánimo adecuado para conectar con ellos, – lo del Iphone al cuello, les neutraliza-, asegura, – bueno eso y los tres Red Bull que  me tengo que tomar junto a la máquina de vending a lo largo del día. –

Su mente y su cuerpo están en sintonía, ambos quieren lo mismo, la felicidad de Marta, no ha jugado a ser otra persona, sigue siendo ella. Ha encontrado una forma sencilla de desbloquear todo aquello que le hubiera impedido conseguir ver con claridad, ha conseguido mantener el ánimo, ha conseguido centrarse en lo que quiere y no en lo que teme.

El caso es que Marta me contó que las últimas navidades los compañeros de trabajo la invitaron a un local de esos que llaman de culto, el Plastik o algo así.  Su madre, como siempre hizo, le aconsejó que una noche tan especial lo suyo era ponerse el visón ,- pobre mamá, su reino ya no es de este mundo- sonríe con afecto Marta. Acabaron en un piano-karaoke,- de esos que llevan abiertos mil años  y ahí me tienes a mí, micrófono en  mano destrozando el «Another Brick in The Wall» de Pink Floyd-, ¿ te lo puedes creer?- , y vuelve a  sonreír .

Marta ha tomado el control . ¡ Enhorabuena Marta, te felicito !

Honestamente suyo…

Sin duda, la profesión de ejecutiv@ ha perdido legitimidad respecto a décadas pasadas. Nos referimos a eso tan complicado de pronunciar conocido por Management.  Hace tiempo algunos ejecutivos se postulaban como modelos de éxito a seguir en reconocidas escuelas de negocio a nivel mundial, formaban parte del elenco de personas elegidas para la gloria de figurar en las portadas de las más afamadas revistas económicas, marcaban estilos de vida y comportamiento, se convertían por eso de la globalidad en icono de miles de jóvenes que aspiraban a ser, algún día, tan afortunados y poderosos como ell@s.

En gran parte del mundo , la mayoría de las profesiones cuyo trabajo consiste en manejar intereses ajenos, ya sean económicos o vitales,  presenta un código de conducta que forma parte de la educación formal de los miembros de esa profesión, me refiero a médicos, arquitectos, jueces, abogados, etc., de manera que la propia profesión fomenta organismos internos cuya misión principal es  vigilar el cumplimiento de esos códigos de conducta  y asegurar al ciudadano que el quebranto de la conducta conlleva bien la expulsión de la profesión, bien el menoscabo profesional y por lo tanto la pérdida de credibilidad ante sus clientes.

Estos profesionales no sólo ponen a disposición de la sociedad sus competencias técnicas sino también su talla moral, y esto no deja de ser un valor  importante para quienes  les confían  sus intereses, sean del tipo que sean .

Mantener la talla moral en el ámbito profesional se presume harto difícil, más ahora, corren tiempos de escasez que justifican cualquier cosa a ojos de muchos . Ya se sabe… la escasez lo permite todo, incluso que uno deje de hacer lo que debe y empiece a hacer lo que puede.

Y sin embargo, porque la realidad así lo está exigiendo, parece que el futuro lo van a construir, quieran o no, las mujeres y hombres de empresa, y de manera destacada sus directivos y ejecutivos, o al menos eso sucede en los países más desarrollados económicamente.

La mayor parte de la vida de las personas que habitamos el mundo se desarrolla en el ámbito de las interrelaciones creadas en el ámbito empresarial. Esta responsabilidad, como demuestra la actualidad, conlleva exigir un mecanismo de control más allá de los que el propio mercado establece, los cuales se han presentado insuficientes, se hace necesario un control que sólo se encuentra en el interior de las personas,  en  el interior de  los profesionales que dirigen y manejan intereses ajenos. La ausencia de este control interno no puede ser más que facilitador de un determinado caos social en cualquiera de sus vertientes.

Se reconoce la falta de valores éticos en la gestión de empresas como algo que se mide en el actuación de los demás,  se queda en un discurso más o menos bienintencionado a la espera de que por una especie de generación espontánea florezcan esos valores. Ya es hora de hacer de la profesión de directivo y ejecutivo una profesión de confianza, comenzando por la existencia de un código de conducta generalizado que sirva como control interno de una actuación honorable, leal y justa con todos los grupos de interés que representa en su función. Es hora de evitar traiciones y amarguras,  crear espacios en los cuales las cualidades humanas puedan ser decisivas y donde una buena dirección marque la diferencia frente a una simple dirección.